Hace ya bastante tiempo que vengo viendo cómo la Ciencia adquiere más y más fuerza por sobre el Arte en términos de validación del discurso. No quiero caer en el fome y manoseado debate entre el Arte y la Ciencia para definir un espacio para el Diseño, sino tratar de comprender el sentido de esta tendencia. Llama la atención ver cómo el Diseño, cuando quiere formalizar y divulgar su conociemiento, ya sea por medio de publicaciones o seminarios, adopta una postura científica para validarse.
En el mundo académico el conocimiento se comparte en un formato estándar. Dicha
modularización (los “ladrillos”) obliga a construir argumentos en un formato tipo, idealmente que sea fácil de leer y hojear; de escanear rápidamente con la mirada, que permita extraerle lo de valor con un simple vistazo y que ofrezca capas diseñadas para las distintas velocidades de lectores. Lo ideal, y lo que se mide, es el
factor de impacto de cada uno de estos ladrillos. Esta practicidad reduce a un la línea discursiva:
qué -- cómo -- por qué -- conclusiones
(sólo a veces,
optativo)
Otro factor importante es que la investigación genere productos, es decir, se busca la
aplicabilidad del conocimiento. Existe la creencia de que sin aplicabilidad, no hay valor. Para que algo sea aplicable debemos extraer alguna ley abstracta de la materia, algo que podamos andar “inyectándole” después a la realidad, algo extrínseco y aplicable; ojalá en forma de producto. En realidad, este punto es el menos malo porque favorece al diseño en cuanto oficio eminentemente productivo de artefactos. El problema es que no son ni esencialmente científicos ni esencialmente técnicos y su aporte (o innovación) no tienen el alma puesta en eso. El problema es el círculo vicioso excluyente:
--> ser doctor --> tener publicaciones --¬
| |
---------- ganarse un fondecyt <-----------
El error está, a mi juicio, en la
monocultura epistemológica (científica-tecnológica) que se impone desde arriba, desde las políticas país, desde los acuerdos internacionales para las universidades, desde lás métricas de financiamiento, etc.
que excluye y dificulta a otras formas de pensamiento. Este error es parecido a lo que ocurre en agricultura con los monocultivos que arrasan la biodiversidad y en definitiva matan la tierra. La innovación emerge justamente desde estos intersticios, desde los diálogos inter-disciplinares, desde las incongruencias teóricas, desde las ranuras de los modelos.
Creo que la estrategia del país no puede ser copiar los modelos investigativos del hemisferio norte; a ese juego no podemos jugar en igualdad de condiciones. La táctica es implementar, ensamblar, articular, contextualizar la tecnología desarrollada por otros (tenemos que aceptar que la tecnología se genera en otros lados) y tener voz de autoridad en las cuestiones éticas y políticas que devienen de la delegación del poder humano en estas tecnologías. Por eso debemos apoyar los movimientos de software libre, códigos abiertos, contenidos transparentes, tecnología reversible, cultura RW (read-write), etc. Esta debe ser nuestra táctica para aproximarnos a
la singularidad tecnológica.
Algo que hay que mirar:
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