Una propuesta inacabada
Propongo en este borrador la noción de una teoría de la equivalencia de complejidad socio-técnica, inspirada en la idea de convivencialidad desarrollada por Ivan Illich1, y en parte también por lo que Kevin Kelly llama el technium: ese ecosistema emergente de tecnologías vivas que crece, evoluciona y se entrelaza con la cultura2.
La tesis es simple: la humanidad debe crecer en complejidad y agencia en la misma proporción que crecen sus herramientas técnicas. Si esta relación se desbalancea, las consecuencias no son neutras: una humanidad incapaz de modular, comprender o deliberar sobre las tecnologías que utiliza termina siendo determinada por ellas. El problema de la alineación con la IA pasa por el grado de sofisticación social y la capacidad que tengamos de trascender los problemas de acción colectiva, dilemas sociales o “tragedias de los comunes”.
La disonancia de las redes sociales
Ejemplos contemporáneos no faltan. Las plataformas de redes sociales han optimizado la atención humana con fines extractivos, derivando en patrones de uso que afectan la subjetividad de forma masiva. El doom scrolling, esa deriva incesante de contenido de baja calidad emocionalmente cargado, ha sido vinculado con deterioro cognitivo, desafección política y aislamiento social3. Esta no es una consecuencia inesperada, sino el resultado previsible de arquitecturas algorítmicas diseñadas para maximizar métricas comerciales a costa de la integridad mental.
Más que empoderar, muchas de estas tecnologías inducen una especie de atrofia funcional. Perdemos memoria porque delegamos el recuerdo a nuestros dispositivos. Perdemos capacidad de expresión porque dependemos de sistemas de autocompletado o generación automática de texto. Perdemos orientación espacial porque dejamos de recorrer activamente los entornos, confiando todo a navegadores GPS. La promesa de ganar velocidad se está convirtiendo en una renuncia al aprendizaje y al juicio.
¿Tecnología para qué?
El problema no es la tecnología en sí, sino la forma en que se acopla —o desacopla— de los procesos formativos y comunitarios. Así como el equilibrio ecológico permite la biodiversidad, el equilibrio entre humanidad y técnica permite la diversidad de pensamiento, la agencia distribuida y la deliberación compleja4.
La lógica del problem solving, que ha sido el impulso dominante de la técnica moderna, está mostrando señales de agotamiento. Resolver problemas se ha vuelto el fin en sí mismo, desplazando la pregunta por el sentido de las soluciones. Esta orientación instrumental —alineada con el telos de la eficiencia, la fricción cero y la vida sin obstáculos— anula progresivamente la agencia humana5. La promesa de una existencia optimizada gana tracción en el mercado por su facilidad de consumo, pero a largo plazo debilita las capacidades deliberativas, reflexivas y comunitarias. Si todo está resuelto, no queda espacio para imaginar. Por eso es urgente pensar la tecnología no solo como herramienta, sino como entorno de posibilidad, como generadora de espacios de sentido. No se trata de llegar más rápido a donde siempre hemos ido, sino de alcanzar lugares nuevos donde hacer cosas que aún no podemos concebir. El modelo de resolución de problemas, el extractivismo cognitivo del capitalismo digital y la democracia representativa como administración de lo dado han llegado a un límite. El desafío de nuestra época es imaginar y crear otros fines: nuevos imaginarios simbólicos, nuevas prácticas de sentido compartido y formas colectivas de cohabitación planetaria que no se basen en la supresión del conflicto, sino en su elaboración creativa.
Una tecnología bien diseñada debe estar acompañada por una humanidad bien educada. Un ejemplo es la wiki, un software convivial por excelencia: sencillo, editable, transparente. Pero requiere una comunidad alfabetizada, comprometida, deliberante. No es casual que donde florecen wikis también florece ciudadanía. En cambio, las plataformas hegemónicas actuales son anti-conviviales: limitan la agencia, ocultan el código, predicen y condicionan. Su éxito comercial es inversamente proporcional a la profundidad del pensamiento que inducen.
La bifurcación tecnosocial
Estamos avanzando hacia un escenario peligroso: una humanidad dividida entre una mayoría dependiente, sobrecargada y distraída, y una élite tecnocientífica altamente empoderada. Esta bifurcación es más profunda que la económica: es epistémica. Algunos desarrollan modelos fundacionales de IA; otros no saben distinguir entre una fuente confiable y una fake news. Esto no es sólo una cuestión de acceso, sino de diseño institucional, pedagógico y filosófico.
Democracia y agencia
La política no está exenta de esta tensión. El modelo neoliberal ha mostrado su incapacidad para organizar el futuro y atender las desigualdades. La representación democrática, reducida a delegación pasiva, también entra en crisis. Frente a esto, resurgen figuras autoritarias con promesas de orden.
Sin embargo, la verdadera alternativa está en ampliar las capacidades deliberativas de las comunidades, en activar formas de democracia directa deliberativa, apoyadas en tecnologías que promuevan argumentación, imaginación colectiva y soberanía epistémica. Esta es la idea que vengo desarrollando bajo el concepto de MediaFranca: una lengua visual común, una plataforma de deliberación distribuida, una interfase de inteligencia colectiva.
Pero esto solo puede funcionar si nuestra educación cambia de raíz: no basta con enseñar a usar herramientas. Debemos formar sujetos capaces de deliberar en contextos no anticipables, integrar intuiciones morales con datos duros, explorar futuros posibles sin caer en el cinismo ni en la simplificación.
Cierre provisorio
La teoría de la equivalencia de complejidad socio-técnica no se funda en la necesidad de contener el avance tecnológico, sino en reconocer el riesgo de abdicar nuestra agencia en favor de sistemas que deciden por nosotros. No se trata de ralentizar la innovación, sino de evitar que su promesa de eficiencia derive en complacencia y delegación absoluta: de nuestras decisiones, de nuestras formas de comunicación, incluso de nuestra subjetividad. Una tecnología que amplifica nuestras capacidades no debería conducirnos a la inacción, sino impulsarnos a pensar de nuevo nuestra cultura, ahora dotada de otras potencias.
La técnica no existe para reemplazarnos, sino para abrir posibilidades nuevas de acción, creación y convivencia. Su velocidad no debería ser excusa para dejar de hacer, sino motor para hacer más y mejor, sin perder de vista nuestras razones fundamentales para actuar en común. Por eso, el verdadero desafío no está en la técnica, sino en lo que hacemos con ella: en cómo educamos nuestras sensibilidades, cómo cultivamos el juicio y cómo nos reconocemos como integrantes activos de un colectivo cada vez más diverso, interdependiente y complejo. El diseño de futuros no es tarea de algoritmos, sino de comunidades lúcidas que se piensan a sí mismas a la altura de su tiempo.
- Illich, I. (1973). Tools for Conviviality. Harper & Row. ↩
- Kelly, K. (2010). What Technology Wants. Viking Penguin. ↩
- Han, B.-C. (2015). La sociedad del cansancio. Herder. ↩
- Don Ihde sostiene que toda tecnología configura un horizonte de posibilidades perceptivas, pero también de restricciones. Ver: Ihde, D. (1990). Technology and the Lifeworld: From Garden to Earth. Indiana University Press. ↩
- Ver Illich, La sociedad desescolarizada, donde critica los sistemas que reemplazan la competencia humana por procedimientos institucionalizados. ↩