El diseño gráfico es completo –en el arco de su argumento– porque se basta de sí mismo para comunicar su relato. Digo que se basta de sí mismo porque se construye como una cifra, con sus imágenes, sus letras, su código, su discurso y su tiempo. La superficie contiene todas las claves que condensan y…

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El Diseño, o el bucle infinito

El diseño gráfico es completo –en el arco de su argumento– porque se basta de sí mismo para comunicar su relato. Digo que se basta de sí mismo porque se construye como una cifra, con sus imágenes, sus letras, su código, su discurso y su tiempo. La superficie contiene todas las claves que condensan y fijan el discurso en una cifra gráfica. Ejemplos de esto se encuentran en todas partes: afiches, revistas, envases, carteles, folletos, revistas, libros; incluso las artes gráficas –incluso la pintura– comparten esta naturaleza unidireccional de lo fijo. Y con “lo fijo” no quiero decir que sea cerrado, o restado en alguna medida. Tan solo quiero argumentar que en esta fianza de lo fijo descansa la potencia que tiene el lenguaje visual de hacer detonar, en el lector, toda la potencia de su discurso. El diseñador recibe un argumento –o lo articula– para luego interpretarlo, darle espacio, darle forma, darle voz gráfica; materializa su palabra y su apariencia, le da un tempo, una demora. El diseño gráfico es, entonces, unidireccional y fijo, cada vez. partial-loops

(1) discurso gráfico de lo fijo (2) diálogo autor-lector / sistema-usuario (3) participación reflexiva de los muchos que hacen emerger nuevos espacios. El autor/diseñador define las reglas de interacción. ¿Determinismo estructural cerrado o libertad abierta en constante expansión?… ¿nos preguntamos eso cuando diseñamos?

El diseño de interacción supone otra estructura discursiva. La forma digital –sabemos– no es fija sino que permanece en el flujo del diálogo. Trata de construir una simetría inicial entre:

  1. el discurso (voz del autor) y
  2. el lector que responde, que dice, que anota y que extiende este espacio (ya nunca más fijo).
Esta partida es simple. Primero lo fué con el hipertexto, donde la idea de continuidad del discurso autoral quedó suspendida y abierta por la voluntad del lector. Y ahora es la performatividad del algoritmo, cifrado como código, que es capaz de condicionar el espacio (como campo de posibilidades) y de hacer emerger desde un flujo abierto por la naturaleza (también abierta, por cierto) del diálogo entre lectores y discurso (sistema).

El espacio del algoritmo se volvió herramienta o medio de expresión: se volvió hoja en blanco. La colaboración en este espacio –ahora hoja en blanco– se abrió a los múltiples lectores que dialogaban entre sí. Nuevamente una asimetría, la de los muchos lectores (realmente muchos) y un solo autor, o voz anterior que invitaba. Claro que hay que reconocer que esta voz anterior siempre fue determinante, pues define y acota la naturaleza del espacio; es el convocante, el anfitrión que define los rangos de libertad. Pero –y aquí viene la pregunta– ¿es verdaderamente libertad o determinismo estructural? ¿existe sólo la belleza en el descontrol del desconocido o hay una belleza inatrapable capaz de hacer aparecer genuinamente lo original? ¿puede el autor-diseñador, como voz autorizada y autorizadora, desaparecer para dar paso al diálogo foráneo, anticipado sólo parcialmente por la propuesta de su juego, a las formas completamente inanticipables? y si el autor-diseñador se retira graciosamente, ¿quién toma el control?

Estas preguntas, aparentemente nuevas, son antiguas. Son las mismas preguntas que ha tenido desde siempre, por ejemplo, la arquitectura. Pero no me refiero aquí a la libertad de “la forma arquitectónica” sino a la libertad del que habita la obra, que si bien puede reconocer en ella una destinación, un acto, una función; puede ser y hacer en ella en completa libertad. El arte, a diferencia del diseño, abre preguntas. El diseño busca cumplir un encargo y dar solución dentro de ciertos límites conocidos. El arte, en cambio, como se funda los valores del artista y en su visión de mundo, construye una nueva realidad para dar cabida a esta visión desde la propia libertad que se logra conquistar.

Este debate, aparentemente teórico y filosófico nos compete mucho más de lo que quisiéramos: en nuestra constitución y nuestras leyes, en nuestros gobiernos y democracias que dicen provenir (o querer interpretar recursivamente) la voz de nosotros mismos. Estos sistemas enteramente diseñados operan como verdaderos algoritmos que quieren condicionar la naturaleza de lo que ellos emerge. Creo que el verdadero poder no está en quienes tomas las desiciones puntuales, sino en quienes definen esos diseños/algoritmos. Debemos aún persiguir la utopía de querer orquestar las múltiples voces y diálogos de la polis desde el diseño. Es la utopía de construir un nosotros permanente, así como los que piden una asamblea constituyente para definir una nueva constitución ((Celebro el espíritu de diálogo y representación detrás de la idea de una convocatoria de este tipo pero tiemblo al pensar qué demonios se entiende por asamblea constituyente y en lo ineficaz y frustrante que puede llegar a ser. Las reglas de eso aún no están diseñadas como para que podamos leer un movimiento de bandada en un enjample incoherente, como los estorninos)). Un diseño de esta naturaleza es sin relato, sólo estructura y reglas de diálogo (un algoritmo). Aquí ¿Existe la libertad pura, anterior a estar contenida? ¿o sólo podemos hablar de ella dentro del determinismo estructural que la contiene? ¿qué significa, en este contexto, traer el desconocido? El desconocido, así como la belleza, emerge en el diálogo, o mejor dicho, en todas las posibilidades contenidas que son capaces de articularse en una consistencia. Es la palabra, en sus múltiples formatos y géneros, en su realidad de lenguaje reflexivo, que es capaz de volverse sobre sí misma y re-configurarse para traer lo nuevo, esta vez, la poiesis de ese esquivo nosotros ((Este texto está adaptado del prólogo que escribí para el proyecto Baobab)).

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