La Internet que nos robaron
〞Cómo citar este artículo:
APA (7ª edición)
Spencer, H. (2025, March 31). La Internet que nos robaron. En {dp} · doble página. https://herbertspencer.net/2025/03/la-internet-que-nos-robaron/. Visitado en:
MLA
Spencer, Herbert. "La Internet que nos robaron." {dp} · doble página, 31 March 2025, https://herbertspencer.net/2025/03/la-internet-que-nos-robaron/. Accedido el .
Chicago
Spencer, Herbert. "La Internet que nos robaron." {dp} · doble página. Publicado el 31 de March de 2025. https://herbertspencer.net/2025/03/la-internet-que-nos-robaron/. Consultado el .
I. Origen: Internet como infraestructura común
Internet nació como una red descentralizada financiada por agencias estatales, particularmente ARPA/DARPA, con el objetivo de facilitar la comunicación entre centros de investigación durante la Guerra Fría. La arquitectura distribuida de ARPANET (1969) y posteriormente la adopción de TCP/IP (1983) consolidaron una red sin centro, pensada para resistir fallos y ataques nucleares, pero también para encarnar una filosofía de interconexión abierta y sin jerarquías 1. Hay documentales magníficos acerca de este origen mítico y de su triste devenir2
El principio de extremo a extremo (“end-to-end principle”), formulado en los 80 por Saltzer, Reed y Clark, delegaba la inteligencia a los bordes de la red (usuarios, dispositivos, software), manteniendo el núcleo lo más simple posible. Esta arquitectura habilitaba una interoperabilidad sin restricciones y estimulaba la innovación espontánea, libre de permisos. Una verdadera red de pares a escala humana.
Los casos de uso iniciales fueron colaborativos: correo electrónico, transferencia de archivos y acceso remoto a sistemas. Esta red no estaba pensada para el entretenimiento ni para el consumo pasivo: era una infraestructura de conocimiento y colaboración; algo que Illich llamaría verdaderamente convivencial3.
II. La autonomía curatorial: sindicación y desintermediación
En los años noventa y comienzos de los 2000, la web fue el escenario de una explosiva práctica de publicación personal y desintermediada. Sitios como Geocities, Tripod o Blogspot permitieron a millones de personas publicar contenido en HTML sin pasar por filtros editoriales. Era posible declarar el amor a tu mascota, compartir teorías sobre la Matrix o publicar tutoriales de código sin pedirle permiso a nadie. El equivalente al espíritu libre de los 60s en la era digital.
Junto a esto, se desarrollaron sistemas de sindicación de contenido como RSS y Atom, que permitían que cada sitio emitiera su propio canal informativo estructurado4. El lector podía usar aplicaciones como Bloglines, NetNewsWire o FeedDemon5 para suscribirse a esos canales y componer su propio “diario de lectura”, hecho a mano, seleccionando fuentes, agrupándolas por temas, y leyendo por bloques.
No había algoritmo. No había scroll infinito. Había elecciones. A lo más, había recomendaciones de amigos6
La arquitectura de la sindicación era federada: cada quien podía emitir su feed, y cada quien podía consumir los feeds de otros. Esta cultura cívica digital y distribuida hacía que cada lector fuese también editor. Las recomendaciones eran de pares, mediante blogrolls, comentarios o enlaces cruzados. Las plataformas no tenían poder para reordenar ni priorizar lo que leías. Nadie te vigilaba. 7.
Existe bastante documentación acerca del declive de este modo de construir el paisaje digital8.
Esta etapa representa la posibilidad concreta de una ecología del conocimiento plural, distribuida y no algorítmica. La red era el lugar donde podías construir subjetividad, no donde te la disolvieran.
III. La negación del espacio como entorno cerrado
A partir de 2010, comienza la captura9. El artículo “The Web is Dead. Long Live the Internet”10 identificó un cambio estructural: el tráfico HTTP comenzaba a declinar frente al uso de apps. Ya no navegamos: apretamos botones grandes eye candy. Se impone una lógica de plataformas cerradas, controladas por corporaciones, donde el contenido ya no es indexado por buscadores ni accesible mediante enlaces abiertos.
El “feed” es sustituido por el “timeline”: una secuencia opaca, infinita, personalizada por un algoritmo que no puedes inspeccionar ni controlar. Las plataformas seleccionan lo que ves para maximizar tu retención y monetizar tu atención. Tu subjetividad es ahora materia prima.
El lector curador se transforma en espectador pasivo. El scroll reemplaza a la argumentación. El botón reemplaza al texto. El vínculo se vuelve invisible. La relación con el contenido es estéril. Ya no se lee: se consume11.
Las plataformas extraen comportamiento para modelar futuros comportamientos. Se construyen bucles de refuerzo que hacen imposible salir: si te gusta algo, se te muestra más de eso, hasta agotar el deseo. Mientras tanto, la juventud se disuelve en reels, sin saber cómo reaccionar salvo mudarse de red social. De TikTok a BeReal. De BeReal a Bluesky. De Bluesky a la nada.
Todo esto ha sido documentado como la “Teoría del Internet Muerto”: la sospecha de que lo que ves ya no es humano. Que el contenido es generado por IA, reciclado por bots y amplificado por plataformas. Y que los humanos, al final, son los espectadores de una representación automatizada 12.
Fuera del éter: las posibles salidas
Salir de esta lógica requiere trabajo, una palabra poco popular que además implica responsabilidad. Significa, por ejemplo, partir por casa, dejar de usar apps que licúan el cerebro (cerebro TikTok) y dejar de alimentar a la bestia. Significa aprender a construir infraestructura propia, instalar un lector de RSS, federarse en Mastodon y en todo, levantar una página con HTML estático o contribuir a una red mesh13.
La salida no es viral. Tus amigos no están en Mastodon. Y sí, tus memes favoritos no están en el Fediverse. Pero eso no es excusa. Necesitamos independizarnos tecnológicamente14. Ser nodos productores en una red entre iguales, no consumidores dentro de granjas algorítmicas. La Web es una arquitectura, no una estética. No importa si es fea o lenta. Importa que sea nuestra. De esto ya he hablado antes. Depender de una IA de una empresa, depender para todo de ella, es el tipo de concentración de poder que se puede arrancar de las manos. Sobre todo, que esté en nuestro control aquello de la realidad que recogemos o se nos presenta. Se trata de volver al control editorial y a la curaduría entre pares. A la escala humana. A la posibilidad de construir un “feed” que no es un narcótico, sino una cartografía de lo que somos, pensamos y compartimos. Recuperar el espíritu de la publicación personal: no por ego, sino por compromiso cívico. Porque la red no se hereda: se construye cada vez. En mi caso, vuelvo a lo básico. Incluso pensé en comenzar a escribir en inglés ahora que estoy en el doctorado en Nueva Zelanda: Creo, sin embargo que hacer eso sería creer que me red más próxima es irrelevante y que debo insidir en aquello global y de mayor alcance. Creo que ese pensamiento nos ha llevado donde estamos.
Ya lo dijo Neil Postman: estamos amused to death. Pero podemos elegir no estarlo. La cosa es si queremos.
Corolario
No es nostalgia. Es recordarnos de que el espacio digital es un espacio en disputa, si queremos que sea público. El espacio del public record. El feed, la descentralización de las identidades en libertad no deja espacio para los negocios, para el lucro intermediario. La centralización cómoda de los medios digitles ha resultado ser nefasta especialmente con la nueva generación post 2000. Y ahora, en este momento de transición histórica, en el más puro estilo hegeliano, requiere el momento descentralizado, federado. Donde nos reconozcamos unos a otros. No olvidemos que la comunicación es fundamental y evolutivamente una construcción social.
Es nuestra labor imaginarnos espacios de tecnoindependencia, de libertad y expresión humana no dirigidos desde el lucro del señor tecnofeudal, dueño de la plataforma. El dinero que invertimos en tecnología (lo que vale el dispositivo en el cual leemos estas palabras) es suficiente para crear nuestro propio imperio. Ese grado de libertad estamos llamados a despertar.