Lecciones de Kafka, Arendt, Illich y Maturana
Hay algo profundamente inquietante en ser suprimido por un sistema. Un día eres una persona con identidad, una historia personal y una serie de logros. Al siguiente, te reduces a una cadena de números en un proceso burocrático que no reconoce tu existencia ni te otorga voz. Me encuentro exactamente en esa situación, parado en la intersección del diseño, los sistemas y la dignidad humana, frente a la maquinaria kafkiana de un sistema de inmigración. Esto no es solo una narrativa personal; ilustra cómo los sistemas que diseñamos moldean nuestras interacciones, identidades e, incluso, nuestro valor como individuos. Se trata de cómo los sistemas, si no se supervisan adecuadamente, nos despojan de agencia, mérito y humanidad.
A los diseñadores se les asigna la tarea de construir sistemas que funcionen, respeten y empoderen a las personas. Sin embargo, los mismos sistemas que supuestamente deben facilitar nuestras vidas —ya sea para acceder a servicios, comprobar la identidad o solicitar una visa— a menudo logran lo contrario. Estos sistemas están diseñados para servirnos, pero en cambio se convierten en mecanismos que nos disminuyen, reduciendo nuestro valor al “mérito” tal como lo definen algoritmos y procedimientos burocráticos. Si Kafka, Arendt, Illich y Maturana estuvieran aquí hoy, no solo criticarían las estructuras existentes, sino que ofrecerían formas tangibles de diseñarlas mejor. Aquí comparto algunas lecciones que ellos nos imparten a diseñadores, desarrolladores y, quizás lo más importante, a ciudadanos de un mundo donde los sistemas cada vez más gobiernan nuestras identidades.
Kafka, Laberintos Burocráticos y la Naturaleza Deshumanizadora de los Sistemas
La obra de Franz Kafka no es solo ficción; es un relato de advertencia sobre los sistemas que pierden de vista a los individuos a los que deberían servir. En El proceso, el protagonista, Josef K., queda atrapado en un sistema legal que no ofrece explicación, claridad o salida. Existe dentro del sistema, pero no como ser humano: se convierte en un expediente, un número de caso, un nombre en una lista. ¿Te suena familiar? Debería.
Cuando me enfrenté al sistema de inmigración, vi las mismas dinámicas en juego. Mi solicitud de visa fue rechazada sin un mecanismo de retroalimentación para entender o corregir lo que salió mal. En ese momento, dejé de ser una persona; me convertí simplemente en un input dentro de un algoritmo de toma de decisiones que ya había pasado al siguiente caso. El sistema, tal como predijo Kafka, es indiferente al individuo.
Aquí surge una reflexión sobre la transparencia. Los muros de los laberintos kafkianos están construidos de opacidad. Los sistemas que diseñamos deben permitir a los usuarios ver y comprender los procesos que rigen sus resultados. Esto requiere que las interfaces proporcionen explicaciones claras, vías de recurso y herramientas para que los usuarios puedan participar activamente en el sistema, no solo someterse pasivamente a él. A medida que los sistemas automatizados se vuelven más comunes, es crucial no replicar la deshumanización que Kafka anticipó: el sistema debe ser comprensible y permeable a la intervención humana. Si un sistema no puede ser cuestionado, inevitablemente deshumaniza.
En el contexto actual, los sistemas inteligentes que se están desarrollando corren el riesgo de replicar de manera implacable las estructuras más asimétricas y opresoras de la burocracia tradicional. Estos agentes automatizados son capaces de amplificar dinámicas injustas, aplicando procedimientos sin reflexión, replicando exclusiones de forma mecánica y sin oportunidad de reparación. Lo que es esencial en este marco es la capacidad de reversibilidad, tal como lo plantea Illich: el diseño debe facilitar que el ser humano pueda intervenir, revertir o influir en los resultados del sistema, devolviéndole la agencia que las estructuras rígidas tienden a quitarle.
La Banalidad del Mal de Arendt y el Burócrata Deshumanizado
El análisis de Hannah Arendt sobre el juicio de Adolf Eichmann nos dio el concepto de la “banalidad del mal”: la idea de que los sistemas más destructivos no están impulsados necesariamente por actores maliciosos, sino por el cumplimiento mecánico y sin reflexión de los procedimientos. Esta es una advertencia para los diseñadores y desarrolladores: cuando los sistemas se convierten en meros procesos seguidos sin pensamiento, corremos el riesgo de integrar la exclusión dentro de sus estructuras mismas.
Mi propia experiencia con el sistema de inmigración lo pone de relieve. El sistema que rechazó mi solicitud no fue intencionalmente cruel; simplemente estaba siguiendo un guion, ejecutando una decisión sin detenerse a considerar su impacto en el individuo. Era una máquina, y como todas las máquinas, avanzaba sin reflexión. Pero el diseño no se trata solo de crear sistemas eficientes; se trata de incorporar la reflexión ética en su núcleo.
Debemos asegurarnos de que el diseño de sistemas contemple la justicia y la equidad. Preguntas como “¿Es esta decisión justa?” y “¿Quién se ve afectado por este resultado?” deben ser parte de cada proceso. Los sistemas deben diseñarse para permitir la intervención humana donde sea necesario, asegurando que las decisiones no se tomen sin supervisión ni responsabilidad.
Illich y los Sistemas Conviviales: Recuperar la Agencia Humana
Ivan Illich defendió la creación de sistemas conviviales que permitan la reversibilidad y la participación humana. Estos sistemas empoderan a las personas en lugar de atraparlas en estructuras rígidas y autoperpetuadoras. El principio de reversibilidad de Illich es especialmente relevante en una era donde los sistemas digitales, algoritmos y procesos automatizados gobiernan cada vez más nuestras vidas.
Cuando me enfrenté al sistema de inmigración, la ausencia de convivialidad fue evidente. No había forma de desafiar la decisión, no había manera de revertir el resultado, no había espacio para reintegrar la agencia humana en el proceso. El sistema estaba diseñado como unidireccional, un mecanismo que se mueve de decisión en decisión sin dejar espacio para el diálogo. Este es precisamente el tipo de sistema que Illich nos advirtió: uno que despoja a los individuos de la capacidad de participar en la configuración de sus propios resultados.
Por ello, los sistemas que diseñamos deben garantizar la participación efectiva del usuario. Esta participación implica que los usuarios puedan proporcionar retroalimentación, influir en las decisiones y ofrecer su contexto personal. No se trata solo de flexibilidad técnica, sino de un diseño humano que reconoce la variabilidad de las circunstancias y la dignidad de quienes interactúan con esos sistemas. En lugar de priorizar la eficiencia, los sistemas deben priorizar la adaptabilidad, permitiendo que las personas sean escuchadas y reconocidas.
La Visión Meta-Sistémica de Maturana: Responsabilidad y Propósito en los Sistemas
Humberto Maturana nos enseñó que ningún sistema opera en aislamiento. Cada sistema está incrustado en una red más amplia de relaciones, lo que significa que el impacto de una sola decisión puede reverberar más allá de su contexto inmediato. Esto es especialmente cierto para los sistemas que gestionan la identidad, como inmigración, salud o educación, donde una decisión en un sistema puede afectar el acceso de una persona a otros servicios, oportunidades o derechos.
En mi caso, la decisión del sistema de inmigración no solo me afectó a mí: afectó a mis estudiantes, mi universidad y la colaboración entre dos instituciones académicas. Maturana nos recuerda que no podemos diseñar sistemas como si existieran en un vacío. Cada sistema debe reconocer el contexto más amplio en el que opera y diseñar teniendo en cuenta esa complejidad relacional.
Aquí es importante subrayar la idea de responsabilidad en el error. Los sistemas no solo deben tener en cuenta la posibilidad de cometer errores, sino también la responsabilidad de cumplir el propósito para el cual fueron diseñados. El formato o la forma del sistema no debe ser lo crucial; lo fundamental es que el propósito sea visible y siempre se cumpla. Cuando el propósito es relegado en favor de la forma, los sistemas tienden a perpetuar injusticias y errores sin ofrecer una vía de corrección. Un sistema bien diseñado debe mantener la vista fija en su propósito, permitiendo siempre una alineación entre lo que pretende lograr y cómo lo hace.
Nuevas Bases
En un mundo donde los algoritmos, la inteligencia artificial y las interfaces digitales definen cada vez más quiénes somos y a qué podemos acceder, las lecciones de Kafka, Arendt, Illich y Maturana son más relevantes que nunca. Como diseñadores, ya no solo estamos construyendo sistemas; estamos moldeando identidades, controlando el acceso y definiendo el mérito. Es una responsabilidad enorme, y una que requiere que integremos principios humanos en cada capa de nuestros diseños.
El reto está claro: ¿Cómo diseñamos sistemas que potencien la dignidad humana en lugar de reducirnos a meros puntos de datos? Las respuestas residen en los principios discutidos: reversibilidad, participación, transparencia, responsabilidad y un entendimiento relacional. Estos no son simplemente desafíos técnicos, son los fundamentos éticos de cualquier sistema que aspire a servir a la humanidad.
Es nuestra responsabilidad, como arquitectos y diseñadores de estos sistemas, asegurarnos de que respeten y empoderen a quienes están diseñados para servir.
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